El cumplimiento del deseo, en el marco de una filmografía realizada en la década de los ochenta, presenta un cambio importante respecto a las películas anteriores. En primer lugar, advertimos un salto espacial (y social), manifestado en términos geográficos, dentro de Santiago. Esto quiere decir que, si en El zapato chino, por ejemplo, los personajes habitaban barrios de la zona poniente de la ciudad, en esta película la casa de la protagonista se ubica en el oriente, en la comuna de La Reina, en el denominado ‘barrio alto’ de la ciudad de Santiago (la zona precordillerana). Se trata de una casa roja, de ladrillo artesanal, a la vista –una comunidad del arquitecto Fernando Castillo Velasco–, con techos altos y ventanales grandes. Los personajes, en esta obra, no tendrán conflictos económicos, como sí ocurre con los otros filmes; acá los problemas tendrán un perfil profundamente existencialista, como queda instalado especialmente a través de los diálogos que establece la protagonista con sus amigos y amigas. Ella es Manuela, está casada con un arquitecto y es estudiante universitaria y un día decide abandonar a su marido para estar un tiempo sola.
Al mismo tiempo, son muchos los elementos que permanecen en relación a la filmografía anterior, especialmente el estilo particular en donde prima una investigación, una trama difusa. Ese elemento será una constante en las películas del periodo y, sin embargo, como excepción, se produce un giro hacia un tipo de relato más intimista. Otro elemento remarcable está en la opción por definir a una protagonista mujer que se distancia de las pautas morales de la época y decide dejar a su marido y su casa, buscando algo, aunque sin tener claro lo que ese algo es; y si bien Manuela no sabe qué es lo que quiere, tiene claro qué es aquello que no quiere; y parece no transar respecto a ello. Ella es quien toma las decisiones, decide con quien estar y con quien no estar, aprecia la soledad y la posibilidad de encuentro intelectual y espiritual consigo misma, y parece moverse sin miedo por un mundo misterioso pero atractivo.
En términos espaciales, el filme es interesante ya que va contraponiendo, narrativa y estéticamente, zonas de confort con espacios liminares entre lo seguro y lo peligroso. Manuela abandona la casa conyugal y se muda a una antigua casona donde conviven estudiantes universitarios: hombres y mujeres, de veinte y tantos años. Son jóvenes, intelectuales y burgueses en los que pareciera que el conflicto económico no es parte de su cotidianeidad, sino que se limita a algunas deudas limitadas con el dueño de la casa (el atraso en el pago del arriendo), o con la falta de bolsitas de té y de azúcar para el desayuno. Los estudiantes suelen andar con libros bajo el brazo; y cuando recorren la ciudad parecen turistas, sin apuro, visitando algún café donde mantienen conversaciones intelectuales. Es decir, es un panorama muy distante al tránsito angustioso que vivían los personajes de filmes anteriores (cuyas conversaciones giraban generalmente alrededor de la ausencia de trabajo y dinero). En El cumplimiento del deseo, estamos frente a un drama que, en términos de referencias cinéfilas, coquetea más evidentemente con las películas de Erick Rohmer1, especialmente aquellas basadas en sus cuentos morales, donde la trama se organiza alrededor de los personajes, sus emociones, sus deseos.
Como en los otros filmes, acá tampoco habrá representación de la dictadura dentro del campo, (es decir, no hay militares, no hay toque de queda, no hay noticieros o diarios dando cuenta de los crímenes de lesa humanidad), sin embargo, hay secuestros y desapariciones, hay exilio y eso ocurre en un nivel diegético y siempre, en segundo plano. Hay civiles que se acercan a otros civiles y los golpean hasta matarlos. La dictadura queda representada de otro modo, al igual como sucede en los filmes anteriores. Se concibe, de este modo, una película donde no hay un discurso político explícito y, sin embargo, hay una violencia omnipresente, que opera como una pulsión de la imagen, en donde el terror está vigente de una manera tangencial, nunca central, así como nunca ocurre nada dramáticamente relevante para la narración, pero que sí se mantiene como una tensión permanente a nivel de atmósfera. El estado de violencia y de desconfianza está naturalizado en el filme, pero siempre de manera ominosa y oscura, nada se explica demasiado, todo se da por sentado.